Ya son tres años los que paso lejos de mi mejor amigo, sin modo alguno de contactar con él y sin fuerzas para hacerle una visita. Pensaréis que es algo extraño y dicho así quizá lo sea si no os explico que hace hoy exactamente tres años él falleció. No hay día que no le eche de menos o piense qué sería de mi vida si él estuviera aún aquí. Bobadas, él no va a volver, aunque le necesito tanto...
Nos conocimos en el colegio, y se forjó esa extraña amistad que nace en el seno de aquellos que se sienten rechazados por el resto de compañeros. Quizá nos unimos por no sentirnos solos, por querer creer que formábamos parte de algo tan fuerte como lo que nos rodeaba constantemente. Es posible que nuestro acercamiento se causara por no parecer unos marginados anti-sociales ya desde Primaria, pero lo cierto es que terminamos haciéndonos inseparables. "Yo cuido de ti y tú cuidas de mí" parecía ser nuestro lema.
El punto álgido de nuestra amistad llegó poco antes de pasar a la ESO, cuando nuestros juegos en el patio y nuestras risas a carcajadas por cualquier tontería resonaban entre los muros con mayor intensidad. La gente empezó a envidiarnos. Todos aquellos estúpidos que nos apartaron desde el principio bajaron la cabeza y pretendieron que los aceptáramos como si durante años hubiésemos sido una gran pandilla. La idea me causaba tanta repulsión como ahora, tantísimos años después.
Mi querido mejor amigo me convenció para darles otra oportunidad y lo intenté de corazón, no por los estúpidos sino por mi amigo, pero no pude. A partir del momento en que fuimos un solo grupo, todo cambió. Nada volvió a ser como antes. Ahora éramos un gran grupo y no solo él y yo. Los juegos y las risas que nos llevaron a ser el centro de atención del patio desaparecieron, ¿cómo iban a mantenerse? Los líderes estúpidos añadieron nuevas reglas y muchos más requisitos a la hora de jugar.
Quise rebelarme, pero no pude. Aguanté por él, porque le veía feliz rodeado de esos estúpidos. Esperé pacientemente el momento en que vería con otros ojos a esa gente que tanto daño me causaba. No llegó. Me alejé de ellos, quería que mi amigo fuese feliz pero no que ello me costara mi propia felicidad.
Me refugié de la soledad en los libros, me pasaba los recreos leyendo y las horas muertas escribiendo. Amaba los libros de una manera que nadie entendía, un amor aún vigente que marca las pautas de mi día a día. A pesar de mi evidente marginamiento, él no me abandonó. Nos sentábamos cerca en clase y hablábamos siempre que podíamos.
Crecimos y la amistad se enfrió, pero en los momentos que necesitaba su apoyo y compañía jamás me falló. Puede que ya no nos viéramos como antes y que todo fuese diferente pero seguía estando, eso me bastaba para salir adelante. No me enamoré de él, si es lo que estáis pensando, pero le quería con locura. Un amigo como no habrá otro igual en toda mi vida. No quiero. Necesito que su recuerdo permanezca intacto en mi corazón.
Hace ya tres años me dieron la fatal noticia. Todo ocurrió cuando yo estaba de viaje, por lo que no pude asistir al entierro ni prestar mi apoyo a sus familiares. Me cayó encima como un jarro de agua fría, entré en shock, no quería creer... Pasé una semana horrible en la que creía que todo era una broma macabra. Cuando fui a una misa-funeral en la capilla del colegio se me vino el mundo encima, nadie me había mentido, no era una broma... Mi mejor amigo ya no estaba.
He pasado tres años debatiéndome entre sentimientos de pena (le echo de menos, muchísimo, más de lo que os podáis imaginar), culpa (no me despedí) y mucho dolor (no es fácil perder a tu mayor apoyo en la vida). Ni siquiera sabía dónde lo enterraron hasta hace un mes. No podía preguntarlo antes. Necesitaba estar preparada para conocer la noticia, estar segura que no me vendría abajo al saber dónde localizarle. Ahora ya lo sé, pero toca reunir las fuerzas para ir a visitarle. ¿Me perdonará la tardanza? No estoy preparada para ir a verle, aún no, ¿lo entenderá?
Te quiero. Volvería a pelearme con el mundo entero si eso te devolviese a este mundo, a la vida, a mi lado. Nunca dejaré de echarte de menos, es inevitable que haya noches que me levante con la necesidad de llamarte y contarte cómo van las cosas... hasta que me despejo y la verdad me aplasta una vez más. Siempre amigos.
Aurora.