Queridos lectores, os escribo con mi corazón embargado de felicidad y unas pocas lágrimas de cuando lo bueno se acaba. Esta mañana mi amiga asiática ha tenido que coger un tren y proseguir su viaje, pero hemos pasado unos momentos increíbles que se suman a la lista de buenos recuerdos a su lado que dejé de escribir hace mucho tiempo.
Los nervios nos quemaban por dentro a las dos cuando volvimos a estar frente a frente después de tantos años, pero enseguida recuperamos nuestra vieja confianza como si nos hubiéramos visto por última vez hace tan solo unas semanas. Todo este tiempo a su lado ha sido increíble y realmente me cuesta expresar todo lo que he sentido con algo tan burdo como las palabras.
Me ofrecí a ser su guía turístico por mi ciudad, tanto a ella como a los amigos con los que venía, y mostrarles lo más bonito que podemos ofrecer al mundo. Me dijeron que estaban deseando probar las tapas y conocer un poco el ambiente nocturno de mi ciudad, por lo que me los llevé a un bar de tapeo barato pero bueno y de fiesta a casa de un amigo. Y ellos, claro está, encantados con todo lo que me estaba esforzando por hacer agradable su visita.
Al día siguiente quedamos en el piso que se habían alquilado con unos amigos míos, llevamos lomo, jamón serrano y les hicimos una fideuá. Una cenita casera con productos de mi tierra, en agradecimiento nos enseñaron juegos de cartas de su patria y la noche se nos pasó volando.
Ayer, como despedida, propusieron ir a un restaurante asiático y contarnos las diferencias que había con lo que ellos comen realmente cuando están en casa. Por lo visto de aspecto es muy parecido pero el sabor no tiene nada que ver. Las risas resonaban constantemente y terminamos la cena con una solemne promesa: ahora nos toca a nosotros ir a Asia y que sean ellos quienes nos descubran sus secretos.
Estos días han sido tan increíbles que no creo que pueda olvidarlos y he ganado tres nuevos amigos en la lejanía. Y vosotros, ¿contáis con aventuras como la mía?
Aurora.
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