Esa red de transporte público que tanto nos venden por todos lados. Y no es tan maravillosa como nos quieren hacer creer, siempre tan petada de gente sudorosa que te planta su sobaco olor a "llevo una vida sin tocar el jabón" desde primera hora de la mañana, para empezar. Siempre con cuidado de no dar un giro brusco para no pegar un bolsazo a los que te rodean para que llegue la vieja borde que se pone a dar bandazos por doquier y tienes que ser un hábil experto en el noble arte de "esquivar a la vieja".
Y qué decir de esos preciosos avisos de "No pierda de vista sus pertenencias. Carteristas profesionales". Y ahí vas tú, agarrando tu bolso como si llevases diamantes dentro, esquivando a la vieja, vigilando a ver si ves un tipo raro con pinta de carterista (¿¿¿por qué siempre pensamos en los pintas???) y lo mejor de todo, tratando de no caerte con cada frenazo. Vamos, ir en metro es estresante, toda una aventura.
Pero lo mejor de todo son los zombies del andén. Cuando vas en el vagón a punto de parar en una nueva estación y ves que se preparan para el ataque. Ponte a temblar. Para el tren pero las puertas permanecen cerradas unas milésimas de segundo y ellos te miran, te miran con la mirada perdida o furiosa o deprimida... hay zombies de todos los gustos, pero todos coinciden en algo: forman una casi impenetrable barrera en torno a las puertas por las que todo el mundo tiene que pasar. ¿Por qué no se pondrán a un lado para no entorpecer el paso?
Se abren las puertas y ellos tratan de ocupar tu lugar, vamos a ver, ¿me dejas salir primero, gilipollas? Y se apartan mínimamente, lo justo para que pases de lado, deprisa y sin detenerte por si alguno no ha desayunado y te muerde. Agachas la cabeza y corres, quieres salir de ese ambiente opresor. Pero ellos te miran, esperan que te caigas o te resbales, desean reírse de ti y contarlo a sus colegas, desean que seas tú la anécdota del día. No lo harás. Empezarás a ir más despacio, esquivando a los zombies que han perdido el tren o que van pisando huevos, miras el reloj, piensas en lo tarde que es, te desesperas.
Hora punta. Y no sé si habréis ido alguna vez en esas horribles horas con el imbécil de la guitarrita, que te dan ganas de hacerte estrella del rock solo para estampársela en la cabeza. Tú vas tranquilamente escuchando a tu grupo favorito y ¡zas! en vez de oír los acordes que te alegran el día escuchas al lameculos que encima canta como si le estuviesen apuñalando, ¡por favor!
Pero ironías de la vida, con todo el amor que profeso a este singular medio de transporte, es el que más utilizo. Me lleva justo a donde quiero ir en cuestión de minutos, un lujo. La pena es que me tengo que tragar la fauna y flora del subsuelo urbano, con todo lo que ello conlleva... incluido mi habitual cabreo hasta que respiro el aire -me gustaría decir puro y limpio pero mentiría- de las calles de mi ciudad.
Ya sabéis lo que pienso, ahora ¿nos damos una vueltecita?
Aurora.
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