Siento esta desaparición, pero me obligo a mi misma a volver a escribir sobre el dolor y esta carga que tanto me pesa en el alma. He tenido un día de perros, fingir que todo estaba bien en mi vida ha sido totalmente imposible. Compañeros y amigos veían que algo fallaba pero no lograban deducir el qué.
Hoy se cumple el sexto aniversario del fallecimiento de mi abuelo, mi padrino, un gran pilar en mi vida. Cada año intento ocultar el dolor que me agarrota el corazón y evitar transformar mis ojos en caudalosos manantiales, pero ninguno lo consigo. Él fue tan importante en mi vida que su pérdida sigue doliendo como si no hubiese pasado el tiempo, si no lo pienso no duele, pero hay fechas en las que me es imposible huir de mis propios sentimientos.
Hay gente que no se cree que derrame mis lágrimas, aún hoy, por hechos como este. La gente me tiene como la insensible de turno, un ser despiadado, vil y sin corazón, creo yo, porque si no es así, no me explico la razón de su incredulidad. Bien, señores, no me conocéis, creéis conocerme pero solo veis un espejismo de mi misma y hasta que no decidáis ver qué hay más allá no podréis opinar sobre lo que se cuece en mi interior.
Pero esta entrada va por ti, abuelo, porque jamás olvidaré las noches en el jardín mirando la luna y las estrellas, los tiempos de vendimia, los inviernos en los que me dormía mirando el fuego en la chimenea... ¿Qué habría sido de mi si no te hubiese conocido? Los retazos que acuden a mi mente al pensar en mi infancia son estos, a tu lado, también con la abuela.
¿Qué hay de malo en haberse criado con sus abuelos? Vuestra falta me dolerá por siempre.
Aurora.
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