Queridos lectores, ayer os prometí -vía Twitter- una entrada, al menos, de este mes. Para empezar, quiero comentaros que ha sido un Agosto movidito y colmado de planes. Philip trabaja y, por lo tanto, todos se resumen en los fines de semana. Un mes intenso, os lo garantizo.
Quiero hablaros del primer fin de semana de Agosto 2016. Fuimos a un spa alejado de todo, un paraje natural a unos 200 km de nuestra ciudad, con un montón de tratamientos incluidos. Sinceramente, fue un fin de semana pasado por agua. Maravilloso, mágico, completamente especial y diferente a lo que habíamos hecho hasta ahora y, por supuesto, escandalosamente caro. Todo lujo tiene un precio, dicen.
Llegamos al hotel el viernes a mediodía; Philip vino a buscarme a casa después del trabajo y partimos sin demora. Hablo en mi nombre cuando digo que llegué un poco desfallecida de hambre, pero tenía preparados unos gigantescos bocadillos de pollo empanado. Un clásico español de los viajes. Descansamos un rato, sobre todo él, que es quien trabaja y conduce, y enseguida llegó la hora de la primera sesión de spa.
Camas de agua, chorros de todo tipo (lumbares, cervicales, de espalda, de muslos), contrastes térmicos, dos tipos diferentes de jacuzzi... ¡de todo! Increíble y sin palabras. No es el mejor spa en el que he estado, todo hay que decirlo, pero merece mucho la pena. Terminamos bien arrugados y relajados, que para eso estábamos allí.
Cenamos fuera del hotel, en un restaurante pequeño típico de pueblo, muy limpio, con un trato excepcional y una comida riquísima. Platos sencillos, de la tierra, cocinados en su punto y súper sabrosos. No se puede pedir más, de verdad que no tengo ninguna queja y si vuelvo por allí, tienen una clienta asegurada.
El sábado desayunamos en el hotel, ligerito porque teníamos doble sesión de spa. Primero fuimos al circuito de la sauna, el baño turco y las termas, ¡maravilloso! Un poco apartado de la piscina del día anterior, lejos del jaleo de otros clientes del hotel, con un té o infusión incluido para templar también el interior del cuerpo. Me encantó, así de sencillo. Y, al salir, tocaba otra vez ir a la piscina y disfrutar de los chorros, los jacuzzi y empaparnos del relax más absoluto.
Después de comer y de una breve siesta, nos deleitamos con un masaje relajante con aceites esenciales. Sí, repetiría, no lo dudo ni un instante, pero es que el fin de semana no acaba aquí. Tras el masaje fuimos a unas cuevas que datan del siglo XII y que tienen su propio manantial. Nos bañamos tranquilamente y estuvimos muy cómodos, además, nos obsequiaron con una botella de champán. Fue realmente mágico.
Siendo sincera con vosotros, también teníamos incluida otra sesión de spa a las 23h, pero consideramos que ya estábamos demasiado arrugados y relajados -un poco de todo- como para bajar.
Un fin de semana realmente mágico que recomiendo a todo el mundo. Es algo que no vamos a hacer todos los días, ¡animaos!
Aurora.