sábado, 10 de septiembre de 2011

Acceso no denegado



¿Hay plan mejor para un viernes por la noche que colarse en el cumpleaños de una conocida de tus amigos? Creo que no. La historia de cómo accedí a ir allí sin saber nada de la cumpleañera tiene su origen en mi propia vida, en mi propia historia y en mis propios cumpleaños.
Cumplía 18 años y no hubo mejor decisión por parte de mis familiares que hacerme una fiesta sorpresa. Lo único -y lo más básico, por otra parte- que falló fue la asistencia de mis entonces "amigos". Asistieron dos amigas y porque eran el gancho que me llevaba hasta el lugar de la fiesta, de no haber sido así supongo que tampoco se habrían presentado.
Y allí estaba yo, celebrando mi mayoría de edad rodeada de las amigas de mi madre y sus hijas, a las que sacaba, al menos, 10 años. Dos amigas, un primo, el mejor amigo de mi primo y mi hermana... ese era el panorama más cercano a mi edad. El resto, unas veinte personas, o no llegaban a los 9 años o superaban los 30.
Deprimente... pero no culpo a mis familiares, que al menos lo intentaron y cuya intención fue buena, culpo a aquella gente con la que me juntaba por aquel entonces, lejos ya de mi marco social y enterrada en el reloj del pasado.
Espero que comprendáis que habiendo vivido semejante cumpleaños sorpresa quisiera hacer bulto, como poco, en la fiesta de esta chica. Resultó que todo salió bien, y solo de Terracita's nos juntamos la mayoría: la madre llamó a P y M, P dijo que no iba sin M, M llevó a su pareja, de rebote engancharon a C y G, y viendo el panorama nos apuntamos también Philip y yo. Nosotros siete, más cuatro amigas cercanas de la cumpleañera, ahí estaba la verdadera fiesta, en la mezcla de amigos, conocidos y desconocidos.
Creo que todo salió a pedir de boca, cenamos pizza, sandwiches y mediasnoches y había alcohol suficiente para todos, ¿qué más pedir? A, pareja de M, llevó su ordenador y nos hizo de DJ. C nos brindó la posibilidad de jugar a "Verdad o reto" ya que lo tenía descargado en el móvil y cuando la batería decidió morir hizo su triunfal aparición el mítico "Yo nunca".
Todo Terracita's íbamos con intención de pasar una hora, por cortesía, y volver, pero nos lo pasamos tan bien -o esa es mi impresión- que nos quedamos hasta pasadas las 00:30h. Hora en la que vimos que la fiesta empezaba a decaer y decidimos no alargarlo más.
Un viernes extraño pero divertido, en el que he cumplido un sueño más: colarme en un cumpleaños. Da igual que todo haya sido "legal", seguiré considerando que es un sueño a tachar en la lista de tareas pendientes de la vida.

Aurora

lunes, 5 de septiembre de 2011

Y de repente, un 'nosotros'...



Cómo explicar que lleve dos meses sin colgar nada sin remitirme a mi verano más alucinante, al verano que cambió mi vida. Debo decir, ante todo, que estos mágicos meses se los debo a Chófer por haberlos compartido conmigo de principio a fin.
Volví, como cada año, a esa playa levantina que constituye mi infierno personal para encontrarme una fiesta continua que me ha hecho, incluso, apreciar ese recóndito lugar. Relataré las cuatro semanas que pasé allí para haceros partícipes del increíble cambio que ha generado en mi día a día.
Semana primera. Llegar a la playa, deshacer la maleta... cosas comunes que se hacen al llegar a tu lugar de vacaciones. La novedad comienza cuando llamo a MIS amigos de MI ciudad para saber dónde están, porque da la casualidad de que coincidimos en el mismo lugar del mundo con las mismas ganas de salir a pasarlo en grande. Semana increíble de fiestas, confesiones, barbacoas en la playa durante la madrugada y paseos por la playa al amanecer. Fue en esta semana cuando algo cambió realmente, mi gran amigo Chófer y yo tuvimos un serio tonteo en el que nos hacíamos de rabiar solo por tener más cosas de las que hablar. El motor que movía nuestra amistad cambiaba radicalmente, más aún tras su última noche en la que faltó poco para que nuestros labios se rozaran, pero no quiso el destino juntarnos esa noche.
Semana segunda. Casualidades de la vida, tenía que hacer un viaje de 48 horas a mi ciudad por motivos académicos. Fueron dos días preciosos con Chófer en los que cada vez se me hacía más difícil jurarle que éramos solo buenos amigos. Dos días en los que los abrazos y las caricias dejaban al descubierto que entre nosotros había un cariño "demasiado" especial. Tuve que volver a mi pequeño infierno para darme cuenta que, a pesar de la distancia, Chófer seguía estando ahí, dándome todo su apoyo y dándome fuerzas para soportar las inclemencias del tiempo. Una sorpresa me aguardaba pocos días después de mi regreso a la playa, mi gran amigo bajaba a un pueblo vecino con la intención de venir a verme tantas veces como le fuera posible. La primera vez que bajó, ninguno de los dos pudo seguir negando que los dos queríamos algo, pero nos daba terror que pudiese cambiar la buena relación que teníamos. No pasó nada.
Semana tercera. Al siguiente día que bajó, hablamos largo y tendido de lo que sentíamos, de nuestras ideas y nuestros miedos. Ya era innegable que había algo más entre los dos, ¿qué había de malo en darse un beso y probar? Fue una intensa noche en que recé por no perder a un gran amigo por un sentimiento que concebía estúpido. No solo no perdimos la amistad, sino que la afianzamos. Los siguientes días que vino a verme no pasó nada entre nosotros pero ambos podíamos percibir una tensión latente.
Semana cuarta. Apenas hablamos ya que él estaba en un viaje y casi no tenía cobertura. Me di cuenta de lo importante que era para mi, también como algo más que un buen amigo, y que no podía dejar de echarle de menos. Jamás pensé que un poco de distancia podría llegar a unirme tanto a alguien. El fin de semana -eran las fiestas de donde yo estaba- cumplió su promesa de venir a verme. Los dos ansíabamos quedarnos a solas, pero eso no pudo ser hasta bien entrada la noche, cuando el alcohol escaseaba y la música desmotivaba. Decidimos pasear por la playa y nada más torcer la esquina de mi calle, cuando ya mis vecinos no podrían observarnos, no pude más y le besé con toda la intensidad que me pedía el cuerpo, la acumulada en todos esos días y esas noches en los que estábamos lejos. Al día siguiente regresamos juntos a nuestra ciudad.
Y esta es la maravillosa historia de cómo mi Chófer se convirtió en Philip. De los comienzos en secreto de una historia que todo el mundo deseaba y veía venir, un amor de verano que nació tan fuerte que romperá las barreras del tiempo siempre que sea posible.
Si os preguntáis por qué le llamo ahora Philip en el blog es porque él me llama Aurora -como la Bella Durmiente- y el príncipe de ese cuento así se llama. Seguiré escribiendo sobre esta historia y muchas otras más.

Aurora.